Aleteo de Sombras
No sucumbió ante el incendio,
ni ante las oleadas de la muerte.
Ese apátrida del cielo, hizo su viaje
hasta los abismos del mar. Y allí eligió
su cueva junto al pez ciego; se convirtió en él,
porque las honduras son también el cielo,
y la plenitud paradisíaca es no tener ojos… ni nada.
Su nombre era Medardo
Quería ser escritor o matemático.
Pero todo lo cambió por la labranza y el pensamiento suelto
en el pedazo de tierra que heredó.
Su deseo más ferviente era vivir el triple de 33,
y el destino le cumplió.
“El 3 y el 33 —decía— son números simbólicos, sagrados,
además de ser impares”.
Se embelesaba con los crepúsculos —con el sol naciente,
y con el que agoniza.
Trepaba a los árboles y dormía bajo sus frondas.
Su inspiración era vasta: les componía canciones a las flores,
a los ríos, y a los animales del rastrojo; a la gran naturaleza
que se ofrecía a sus ojos, y lo hacía a viva voz.
Cierto día contemplando un atardecer de un cielo más azul
que de costumbre, sentado en su silla mecedora, ladeó la cabeza,
y se quedó…, su respiración que era un suspiro largo cesó para siempre
a los 99 años.
Los muertos hablan, hablan los muertos
“Yo estoy muerta —dijo—, y sigo hablando.
Fui muriendo cuando se cerraron tus ojos,
y tus manos dejaron de bendecirme.
Fui muriendo ante el abrupto rictus de tus labios
en señal de olvido.
Fui muriendo ante todo cuanto muere
y se inmola brotando de la tierra.
Fui muriendo en una lenta agonía en los amaneceres
de violáceas auroras.
Ahora estoy muerta y sigo hablando.”
Los muertos hablan, sus voces quedan,
quedan sus letras, y sobre las lápidas las inscripciones,
los epitafios, fecha de nacimiento y hora final
atestiguan de su vida pasada en esta tierra.
A medianoche cuando la entraña del mundo
es profundamente oscura, los muertos, purificados
y serenos hablan el lenguaje del silencio.
Mundo almibarado y amargo
Con un ala me abrigas y con la otra me golpeas, ¡Mundo!
Y yo sigo embelesada con tu despeluznante belleza,
con tus árboles, pequeños unos, otros altos como torres,
frondosos y complacientes con sus flores y sus frutos,
que se brindan a la avidez de las bocas.
Mundo de crueldad y generosidad, soy hecha a tu imagen
y semejanza y, sin embargo, abomino de ti cuando el dolor
me punza, sin pensar en cuantas veces lo he infligido yo también.
Sé de tus abismos, los he visto a lo largo de los caminos;
están dormidos, cubiertos de maleza, de rocas o solamente
de tierra deslizable; y con los del mar son los hoyos negros
del planeta: plumones dispersos de tu oscura y erizada ala.
Pienso en tus selvas, verdes axilas de la tierra y muestrario
de tus maravillas hídricas, vegetales y animales,
pero al instante cierro los ojos y me olvido de ellas,
temo ser devorada como lo hace el león con la gacela.
Aquí estoy, en un bosque de concreto rodeada de otros hombres,
no vivo a salvo, cualquiera de ellos podría asesinarme.
Desde tiempos inmemoriales muchos han muerto
y siguen muriendo, asesinados por los mismos hombres
como el primero que liquidó la mano fratricida.
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