Secuela de hechizos
El alma habla de su vértigo
Todo está claro:
El alma habla de su vértigo.
Más allá alguien espera,
alas como brazos se acercan
y un vahído de luna
es el vino que se escancia.
En el lugar insomne
todos duermen despiertos
y danzan al son de una música sin tiempo.
¿Será este mundo?
Es el aliento de su fantasía,
su cola de pez ciego en el fondo del mar.
Y como mano rugosa del abismo
un arrecife oculta la faz atónita de un cangrejo.
Y esa corona...
Deshojándose,
esparciéndose ilusa:
Azahares que revientan en frutos híbridos al azar.
El alma habla de su vértigo.
Transparencias nocturnas
Estoy aquí, en medio de árboles, carbón, aves e insectos.
Estoy aquí, con dos hombres de experiencia.
La gente los llama viejos.
Pero yo no.
No hay viejos:
Todos nacemos y morimos en un mismo tiempo.
Oigo el canto de los pájaros,
que revolotean tan cerca de mí,
como si quisieran anidar en mi cabeza.
Mi espejo es la transparencia de las alas de los grillos.
A las tres de la mañana, Lulú,
una lánguida, pero valiente perrita criolla, me acompaña.
Las dos salimos en pos del canto del búho;
es tan misterioso que a veces hace pensar,
que tiene un pacto con los espíritus de la noche.
El búho es una brujita enmascarada
que solloza al presentir que vuelve el día,
su voz al amanecer, es la prolongación de la aurora
que lo asusta a sí mismo.
¿Para qué existirá el día?
La noche debería ser eterna, solo en ella,
uno se reencuentra con las pisadas de los muertos
y de pronto ve de cerca su propio fantasma.
Que a la luz la sustituyan las sombras.
Que desaparezcan las ciudades
y se construyan castillos destronados
y conventos sin espinas,
para que los habiten los duendes, las brujas,
los fantasmas, los pájaros negros
y uno que otro converso,
que franquee las entradas
con sus alas de murciélago
y sólo se escuche el tropel del regreso al primer día.