Cánticos de la sombra
Se llamaba Nock
Así lo veo en esas gélidas soledades,
dentro de una isla empequeñecida
dentro de una isla empequeñecida
por la vastedad de un océano que se aleja.
Una rústica mesa de noche
porta la lamparilla que ilumina sus ojos, entrecerrados,
de un azul mustio, y el papel amarillento
donde inicia un poema.
Un poema que se hunde en el mar.
Un poema de luna desaparecida.
Un canto de ave lejana.
Y más allá las aguas, cuajándose en helados trozos,
le muestran la boca hambrienta de un oso
que se ejercita en cabriolas
tras de su presa.
Nock súbitamente despierta
y concluye su poema.
A ti
Sola estarás, como una rosa en el desierto
donde la corona del asombro se completa contigo,
y el áspid que se punza con tu espina no se inmuta,
y se queda allí para espantar la mano intrusa;
la mano que no llega, la mano que te soltó.
Esa es tu suerte, tu gloria de bella oculta,
de bella desconocida, de bella tan sólo para ti,
o para el solitario que rastreando arenas te descubre;