Ruta de arquíes
Intemporal
Simulacro de la nada
Ese
viejo poema, escrito hace más de 2.000 años,
y que
habla de dioses convertidos en pájaros
y de
serpientes hechas caminos, estruja mi cerebro
y se
exprime en mi boca, como una uva añejada
en la
saliva de Noé.
Ese
viejo poema habla también de nubes y de árboles,
plantados
en las calles, que sonríen en las mañanas y lloran
en las noches ante un cielo incendiado de sangre.
Ese
viejo poema lo escucho todos los días
en los
cantos de las aves:
En el
del lejano gorjeador, que es sutil y suave,
como
una cristalina hoja de nieve, donde quizá se posa
para
entonar su canción.
En el
del cucarachero, brujo de los tejados,
y
también en el de esos pájaros encantados: los Arquíes,
que
anidan en mi alma cada 1.000 años
y me
susurran cantándome: el poema… es una melodía
de
pequeña ave, presente y milenaria.
La
profundidad me hace intangible.
El
vacío semejante a la nada.
A la dormida
nada que desaparece
o
vuelve añicos cualquier cosa.
Mi asidero
es ilusorio.
La
escurridiza ladera de una montaña
o una roca carcomida por la edad, pueden ser mi
espalda.
Algunos
insectos se adhieren a ella y agrandan mi soledad.
Mi fondo no alcanza a verse,
parece que
careciera de sustrato.
Soy una
pesadilla para los viajeros,
porque
mis invisibles ojos de sierpe alelan y hacen resbalar.
Voces
no escucho, sólo alaridos y lamentos
que la
hondura se traga inclemente.
Algunos
intrépidos, en su búsqueda, no recogen sino escombros
y cuerpos
mutilados,
y, a
veces, son ellos los que resbalan inconscientes.
No soy
culpable de esos destrozos y de esas pérdidas;
un
destino atroz me dio existencia y extinguió esas vidas.
Sé que paralizo de pánico, y sin embargo, puedo
estar en
cualquier
corazón que se sobresalta
o cesa
sus latidos.
Ese
minúsculo vacío soy yo;
o el de
la larga ausencia que deja la muerte.
Estoy
en la imposibilidad de la esperanza,
y
algunos dicen que soy el infierno, tan hondo,
que no
logra esparcir sus humos.