Urna de silencio


Fruto de la sabiduría

Fruto prodigioso;
degustarte fue acceder al conocimiento y al dolor,
y quedamos desnudos, porque conocer es descubrirse,
y sufrir.
El tiempo avanza, y en un instante de transcurrir
un hombre dormía o pensaba.
Caíste, y corroboró el inexorable poder de atracción
de los cuerpos…
Formuló su ley y se inscribió en la historia.
Encarnada, amarilla, o verde;
con los colores de la pasión, la suerte y la esperanza.
¿Dinos si fuiste regurgitada por la sierpe
como su huevo frutecido o brotaste al soplo de
algún dios?
Por ti perdimos el paraíso;
pero nos queda el deleite de seguir paladeándote,
y la esperanza de que todavía albergues algún secreto
milenario entre tu carne jugosa.


Clausura

Ascendían hacia el sitio donde terminarían sus vidas.
Una inscripción en la roca los detuvo. Decía:
“Vas a entrar en el lugar del silencio, pierde tu lengua
para que no pierdas tu alma”.


Adherencias

Esas cosas que te han acompañado por tantos años
y a las que has impregnado de tus gustos y de tu alma,
que te llenaron de satisfacción
cuando eran nuevas y bellas,
hoy las quieres dejar, regalar o botar como basura,
pero el brazo se te encoge y los ojos se te encharcan,
porque ellas no acceden a tu ingratitud,
no quieren irse y te imploran piedad,
tal vez que las reformes para estar por más tiempo
a tu lado.
El viento que les remueve el polvo y las refresca,
testigo es de su tristeza.
Son parte de la vida las cosas.
Están ahí, silenciosas, en la intimidad de su complicidad.
Contienen el agua para calmar tu sed,
te brindan descanso,
guardan tus ropas y tus libros,
decoran tu casa,
alegran tu oído…

Todo te dice adiós: las ilusiones, la juventud, la suerte…,
y estas cosas gastadas por el tiempo y el uso cotidiano
se resisten a la despedida;
parece que quisieran reposar junto a tu cadáver,
cuando mueras,
y ser también ellas indultadas en la otra vida.


     

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